
El dolor. Sabes de lo que estoy hablando. El dolor que se siente con la fibromialgia no se parece a nada que hayas sentido antes. Sufres el cansancio del paso de los días, de la constante sensación de haber estado acarreando sacos de tierra, de haber estado trabajando sin descanso, como si tu cuerpo llegara al límite. Se parece, en cierta forma, a tener agujetas, de esas que te impiden el movimiento natural, como si de repente tu cuerpo pesara doscientos kilos. A veces parece que te hayan apalizado, como si tuvieses moratones por todas partes. Sobre todo se nota más por las mañanas, cuando te levantas de la cama como si tuvieras cien años. Hubo una temporada que no podía ni ponerme los calcetines porque mi cuerpo estaba tan rígido que no me llegaba a los pies. Para las mujeres que lo sufren, el sujetador puede ser un instrumento de tortura, imposible de ponérselo una misma.
Pero no desesperéis. Aunque cuando tienes un brote parece que nunca se vaya a terminar, al final remite. Te lo aseguro. Nada es para siempre, ni siquiera esto. Solo hay que tener un poco de paciencia, de amor propio y procurar mantener la calma. Porque lo que es cierto es que cuanto más ansiedad y desespero tienes, peor te vas a encontrar. Así que mi consejo es que te hagas amiga de la serenidad y te vuelvas casi como un monje budista, que parece que ni sienten ni padecen, siempre con esa sonrisa enigmática. Pero esa sonrisa encierra muchas cosas. Y os las voy a intentar desvelar.
Cuando le prestas toda tu atención a la sensación del dolor, éste se intensifica, gana fuerza y se apodera de tu mente. Sé que es difícil no prestar atención a los dolores, pero esa es la única salida que yo he podido encontrar para salir del brote. Tienes que hacer un sobre-esfuerzo, casi inhumano, lo sé, pero no imposible. Tienes que poner atención a otras cosas que no sean los dolores. Mira una película, una serie de esas que están tan de moda, lee un libro, ¡escribe! Lo que sea menos prestar atención a tu cuerpo. Procura no hablar de lo mucho que te duele, intenta desahogarte de otra forma que no sea explicar lo mucho que te duele el cuerpo. Porque al final, hasta las personas que más te quieren se cansan de escuchar cómo te lamentas y las relaciones se deterioran, se empobrecen, porque todo gira entorno a tu enfermedad. Intenta ignorarlo el máximo tiempo que puedas.
Habrá momentos que será imposible. Entonces acuéstate, descansa, intenta dormir un poco. El sueño es muy importante, ya que como nos cuesta mucho dormir, no descansamos y se vuelve un círculo vicioso. Busca métodos para conciliar el sueño que no sea tomarte una pastilla. Medita, escucha la radio, lee o toma una infusión relajante. Haz todo lo que esté en tu mano para tener una buena higiene del sueño.

Cuando empiezas a salir del brote es cuando tienes que hacer un esfuerzo mayor para mejorar. No te quedes en el sedentarismo en el que te sumió la enfermedad, porque es lo peor que puedes hacer, provocarás que vuelvan los dolores. A la mínima que te encuentres un poco mejor, muévete. Sal a caminar, haz estiramientos, y si puedes ves a nadar, haz yoga o tai chi. Intenta buscar actividades que no sean de impacto y que te permitan empezar a moverte de nuevo. Los dolores volverán, te sentirás flojo y sumamente agotado, pero da igual, ignóralo, sigue adelante. No dejes que tu cuerpo se atrofie.
Para poder ignorar el dolor, debes poner en segundo plano la conciencia de tu cuerpo. Es como si estuviese hecho de aire, como si solo se moviese tu alma en el plano físico. Intenta reducir la conciencia de lo corpóreo al mínimo. El dolor se quedará en un segundo plano, junto con tu cuerpo, y podrás centrarte en lo que pasa afuera, a tu alrededor, en el ahora. Usa tu poder de concentración para centrar toda tu atención más allá de tu propio cuerpo. Mira el cielo, a la gente pasar, la forma de los objetos, el color de las cosas que te rodean, céntrate en la conversación, en el perro que pasa, en los coches, lo que sea. Y no hables de los dolores. Porque si lo haces se romperá el hechizo.